Galletas para Etiopía: 40 años del invento español contra la hambruna | Sociedad

Galletas para Etiopía: 40 años del invento español contra la hambruna | Sociedad

En 1985, el hambre en Etiopía no solo devastaba un país: estremecía al planeta. Las imágenes de niños consumidos por las consecuencias de la sequía llegaron a los hogares europeos a través de reportajes —el de la BBC, emitido el 23 de octubre de 1984, dio a conocer la tragedia al mundo— que rompían el relato cómodo de la distancia. Ese mismo año, la música se convirtió en megáfono de la urgencia: Live Aid, el histórico concierto impulsado por Bob Geldof y Midge Ure, congregó a más de 1.500 millones de espectadores en una transmisión simultánea sin precedentes, y logró recaudar millones para la ayuda humanitaria.

En España también sacudió aquella hambruna, una de las peores crisis humanitarias de la historia. Una ONG recién consolidada, el Movimiento 0,7%, quiso que la empatía que despertaba aquel movimiento global se tradujera en hechos. “Nos preguntábamos qué podíamos hacer nosotros y empezamos a recaudar donativos”, recuerda en su casa del Eixample barcelonés Luis García Ramos, ingeniero químico y farmacéutico, y uno de los responsables de poner en marcha un hito de la cooperación española, prácticamente sepultado por el paso de las décadas: las galletas Four in one (cuatro en uno).

Además de una memoria prodigiosa, García Ramos, de 83 años, conserva infinidad de documentación que recorre el proceso de escasos meses en los que un grupo de voluntarios (químicos, farmacéuticos, ingenieros, expertos en logística) consiguieron dar con la composición adecuada, encontrar a un fabricante y hacer llegar toneladas del alimento a los campos de refugiados. Conserva incluso algunos envases, envueltos en plástico azul, que han aguantado sorprendentemente bien el paso del tiempo. “Guardamos varias cajas, que se iban abriendo año tras año para comprobar si seguían en buenas condiciones. Hasta hace cinco años estaban igual que el primer día”, dice con un punto de orgullo en el salón de su casa, atestado de recuerdos de sus viajes por todo el mundo.

García Ramos viajó varias veces a Etiopía para diseñar un alimento que ayudara a paliar la hambruna, provocada por una sequía desacostumbrada y agravada por las circunstancias políticas. Lo que presenció le marcó en lo más hondo. El reto era mayúsculo. Miles de fallecimientos cada día —se calcula que la hambruna dejó un millón de muertos— lo hacían además extremadamente urgente. Su equipo había descartado llevar ayuda clásica como arroz —“hay que cocinarlo, necesitas agua, transporte”— y formatos como bebidas energéticas, harinas o cortezas expandibles (ganchitos) hasta convencerse de que la solución era una humilde y ligera galleta, pero no una cualquiera: “Tenían que ser hiperproteicas e hiperenergéticas, durar y resistir inclemencias”, recuerda el ingeniero.

“Expertos españoles crean una nueva galleta para poblaciones desnutridas”, tituló EL PAÍS en mayo de 1985 el hito, al que dedicó una página completa. “Resolver los problemas del proceso de producción no ha sido fácil”, señalaba el artículo, y ponía el ejemplo de la sensibilidad de algunas vitaminas liposolubles a la luz, que se resolvió, como recuerda 40 años después García Ramos, mediante un proceso innovador que estaba empezando a aplicarse en otros campos: los microgránulos, que contenían las vitaminas y se espolvoreaban al final del proceso para evitar el calor.

En España las donaciones habían alcanzado los 65 millones de pesetas. Los miembros de la coordinadora habían viajado meses antes a Aguilar de Campoo, en Palencia, cuna de la industria galletera española, a tantear a las fábricas. “La mayoría no lo vieron; no había idea de innovar, y fabricar nuestras galletas implicaba cambiar las cadenas de producción”, recuerda. Un fabricante sí aceptó el reto: Galletas Gullón. La ONG había convocado a un grupo de “los mejores” asesores científicos del mundo de la alimentación y la dietética, que se comunicaban con la fábrica mediante télex, un sistema de comunicación que usaban negocios y bancos en la época antes de que se extendiera el fax y mucho antes del correo electrónico.

En Galletas Gullón apenas se recordaba aquella colaboración hasta que a principios de este año García Ramos se puso en contacto con ellos. Quería entregarles las cajas que aún conservaba, las fotos y los escritos que documentan aquel proceso. “Lo habían oído de sus mayores, pero no tenían documentos”, dice.

“Nuestros técnicos e investigadores trabajaron mano a mano con los científicos, realizando formulaciones, test de laboratorio y fabricaciones parciales hasta afinar la galleta final según todos los criterios nutricionales y logísticos requeridos”, recuerda a preguntas de EL PAÍS Juan Miguel Martínez Gabaldón, consejero delegado y director general de la compañía, que por aquel entonces ya exportaba a numerosos países y tenía un departamento de innovación. Eso fue lo que permitió que se viera capaz de asumir el reto. Sus técnicos, explica, “comprendieron rápidamente los requisitos que se nos planteaban: una galleta altamente nutritiva, estable, resistente a la humedad y al calor, y con una textura y sabor compatibles con las costumbres alimentarias locales”.

El resultado, tras un proceso de ensayo-error, fueron más de 130 toneladas de galletas empaquetadas en unidades de 250 gramos, robustas, estables y adaptadas para niños y personas en estado de gran debilidad. Viajaron por barco y carretera desde Aguilar de Campoo hasta los campos de refugiados de Etiopía. Es difícil evaluar el efecto que tuvieron o las vidas que salvaron, pero García Ramos las describe como la semilla que inspiraría las raciones terapéuticas de emergencia que usan las agencias internacionales en las crisis alimentarias. ¿Llegaron todas a donde debían? Probablemente no. “Sabemos que muchas llegaron porque hablamos con médicos que trabajaban en los campos y nos dijeron que habían ido bien, pero un amigo de Médicos sin Fronteras que fue a hacer una auditoría contó también que las había visto en un supermercado de Adis Abeba”.

A primera vista, envueltas en una película de polipropileno (resistente a la luz ultravioleta) azul, las galletas parecen recién fabricadas a finales de 2025. “Protein reinforced equilibrated biscuit made in Spain” (Galleta equilibrada reforzada con proteínas, fabricada en España), se lee. García Ramos las sostiene como si fueran un tesoro. “No las vamos a abrir, pero hace cinco años el último paquete apenas tenía un pequeño toque rancio. Por lo demás, estaban igual que hace 40 años”.

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