
con una espátula


Ha transcurrido ya un tiempo considerable desde las elecciones presidenciales de 2024. Todos recordamos aquellos momentos en que los venezolanos expresamos con claridad nuestra visión sobre el destino del país. Sin embargo, por razones injustificables, se impuso la represión, la violencia y, finalmente, el silencio. De la peor manera, hemos aprendido que exteriorizar nuestros puntos de vista puede ponernos en peligro, tanto a nosotros como a nuestras familias.
Más allá del desconocimiento flagrante de la voluntad popular, un hecho ya de por sí gravísimo, ¿qué consecuencias y costos acarrea para los venezolanos que el silencio se imponga como forma de vida y supervivencia? Los invito sinceramente a reflexionar sobre ello. En una democracia, pese a sus imperfecciones, se puede hablar de los problemas, criticar al gobierno, protestar y hacer huelga. Lo que hoy padecemos es exactamente lo opuesto. Los problemas persisten: los bajos salarios, la inflación desbocada, el descontrol cambiario, el colapso de los servicios públicos, las deficiencias en la educación y la crisis del sistema de salud son realidades objetivas que no desaparecen por callarlas.
Si el silencio al menos ofreciera alivio o paz, la situación sería distinta. Pero lo que genera es una creciente insatisfacción: desde esa burla a la voluntad popular, todos vivimos un poco peor, fingiendo indiferencia. Con el tiempo, esta bóveda de miedo, hermética e impenetrable, provocará un estancamiento en el pensamiento, las acciones y las decisiones. Nos condenaremos, a fuerza de arbitrariedad e imposición, a un entorno carente de ideas frescas. Sin debate, sin lenguaje auténtico, sin interacciones humanas genuinas, el resultado inevitable es una sociedad falsificada, mercantilizada y cosificada: triste, miserable, donde lo humano se reemplaza por propaganda vacía.
Ahí está Cuba como ejemplo: una nación que ni siquiera se permite celebrar el natalicio de una artista universalmente querida como Celia Cruz. Si Venezuela sigue por este camino, y ya hay evidencia, así como no podemos festejar que una venezolana gane el Premio Nobel de la Paz en 2025, pronto tampoco celebraremos una Miss Universo, una victoria deportiva, un éxito musical o un descubrimiento científico, a menos que sea del agrado del madurismo. Si el silencio se vuelve eterno, perdurable e inalterable, ocurrirá lo previsible: pasaremos de callar porque nos callan a callar porque no tendremos nada que decir.
Julio Castellanos / [email protected] / @rockypolitica
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