En las difíciles horas que han pasado desde el ataque en el mercado navideño de Magdeburgo que dejó cinco muertos y unos 200 heridos, una iglesia se ha convertido en el punto de encuentro de los ciudadanos. La de San Juan es la iglesia parroquial más antigua de la ciudad, y allí predicó Martín Lutero hace 500 años. Aunque en ella ya no se ofrecen servicios religiosos, en su frente se reúnen los que quieren recordar o tratar de entender qué sucedió. Otros simplemente buscan consuelo. Flores y velas, un mar de ellas, han sido puestas en el lugar por cientos de manos anónimas.
El terror, más «denso y palpable»
«No tengo palabras. El terror siempre ha estado ahí, pero de forma abstracta. Ahora es algo denso y palpable. Simplemente siento tristeza e impotencia», dice a DW una mujer que se identifica como Jutta. Dice que tiene muchos amigos médicos, como el atacante. A diferencia de éste, empero, sus amigos intentaron ayudar a los heridos.
La iglesia se encuentra a pocos metros del mercado navideño donde la noche del viernes ocurrió la tragedia. Un hombre atropelló con un coche recién alquilado a la gente que estaba pacíficamente reunida en el centro de la capital de Sajonia-Anhalt. En cuestión de segundos, todo cambió para cientos de personas que experimentaron terror y odio. Ni hablar de las víctimas, médicos, amigos y conocidos. En realidad todo Magdeburgo cambió de golpe.
La mañana del sábado, a diferencia de lo que debía ocurrir en un día normal, el mercado navideño está cerrado. Y así seguirá. Aún hay patrullas policiales desplegadas por esta ciudad de 240.000 habitantes. Al frente, en cambio, hay un centro comercial que ya abrió sus puertas. Allí muchos lesionados y personas traumatizadas encontraron refugio tras el ataque.
La ciudad luce extrañamente tranquila, quizás paralizada por el estado de shock. En el centro hay periodistas de distintos países, porque está anunciada la visita del canciller Olaf Scholz. Poco antes del mediodía el dirigente camina por el callejón que el atacante se convirtió en escena del crimen. Lo acompañan el ministro presidente de Sajonia-Anhalt, Reiner Haseloff (Unión Cristianodemócrata, CDU), la ministra federal del Interior, Nancy Faeser (SPD) y el jefe de la CDU, Friedrich Merz. Todos visten de negro y lucen rostros adultos. Dejan rosas frente a las puertas de la iglesia y permanecen en silencio unos instantes.
Luego se reúnen a puertas cerradas con los médicos, paramédicos y algunos afectados. No a todos les parece bien que lleguen los políticos y algunos critican la puesta en escena como parte de la campaña electoral. Unos cuantos lo dejan en claro gritándolo a viva voz. Haseloff es el primero que se enfrenta a los medios. Se ve muy afectado. Hoy es jornada de luto, advierte, «más adelante hablaremos de seguridad».
«Magdeburgo está unido»
El canciller habla de un acto «terrible y demencial», y pide al país permanecer unido. Scholz, que no se caracteriza precisamente por ser muy emocional, ayudó a quienes trabajan tras la tragedia, diciendo que no se quedarán solos. Pidió que no sea el «odio» lo que se impregna ahora en la sociedad, sino la «unidad».
Para Mandy Bode el impacto aún es profundo. Apenas unos minutos antes del ataque había salido del mercado navideño. Cuando habla con DW rompe en llanto. El sábado llegó frente a la iglesia de San Juan para «mostrar a todos que Magdeburgo está unido». No le importa que también hayan llegado políticos, pero los consideran responsables de lo sucedido. «Que esas personas hayan muerto también pesa sobre los hombros de esos políticos», apunta.
Frente a la iglesia también se congregan ultraderechistas que exigen a voz de cuello que los extranjeros sean deportados. Uno de ellos lleva una pulsera con la bandera del Reich alemán. Pero personas como Jutta y Mandy no quieren que la jornada se vea empañada y ocupada por extremistas, y los expulsan del lugar resueltamente. El día es en memoria de quienes partieron, y para nada más.
(dzc/lgc)