Café del día – EL NACIONAL

Café del día – EL NACIONAL

Por ROGER VILAN

Uslar Pietri, Díazcanseco y yo

Arturo Úslar Pietri ha sido uno de los intelectuales más lúcidos del siglo XX venezolano. Semejante apreciación la fui labrando desde joven, cuando en la lejana infancia mi madre —“sólo por tratarse de un programa como ése”— me permitía violar la hora de sí o sí meterme en las cobijas. Los viernes a las diez de la noche podía entonces prender el viejo Phillipssintoniza Valores Humanos y caer hipnotizado.

El término es exacto: hipnotizado. Ya de adulto le he dado vueltas a la cosa y mi conclusión al respecto desemboca en la palabra. La de don Arturo, claro, que ante mis ocho o nueve años fabricaba la ilusión de un cuento. Casi nunca entendí lo que contaba, pero lo que contaba fue el canto de mis sirenas particulares. Sí, hipnotizado, no faltaba más, asunto que a mi edad evidenció la impronta del lenguaje y sus efectos.

A partir de entonces Úslar Pietri siempre estuvo ahí, de algún modo en mis adentros, lo cual se evidenció sin más en el bachillerato pues el caraqueño, a diferencia de tantos que en la escuela debimos leer por obligación, jamás me sacó una mueca de rechazo, una palabrota como grito de rebeldía, un bostezo de sopor frente a las tareas.

Después del liceo transcurrieron varias lunas para que pudiera acercarme, pongamos por caso, a Andrés Bello. Bastante agua corrió bajo el puente de los repudios a la hora de coger un libro de Rómulo Gallegos. Mucha voluntad puse frente a un latoso como José Asunción Silva, y así. Podría seguir hasta la náusea pero aquí me detengo. Este artículo tiene límite de espacio.

Ya lejos de Venezuela, en los nueve años de diáspora que me han hecho correr aquí y allá, vuelvo como siempre a Úslar. Habrá tiempo, debo decir, para que jóvenes y no tan jóvenes redescubran su obra. En eso pensaba, en esas andaba, buscando un libro suyo para echarle el guante cuando en la biblioteca de la universidad donde trabajo hallé el título desconocido. Del hacer y deshacer en Venezuela se llama el ejemplar, y al hojearlo noté un compendio variopinto de sus ensayos ya publicados. Hasta aquí sin grandes novedades.

Durante mi estancia en Ecuador, en plena búsqueda de sus escritores, de su literatura, de su cultura con ánimo de ducharme en ella, di con alguien que en su cosmovisión y en sus propuestas me recordó a Úslar Pietri. Alfredo Pareja Diezcanseco resultó llamarse el escritor, y sus temas, la realidad nacional presente en ellos, su defensa a ultranza de la democracia, la reflexión sin cortapisas que adelantó sobre nuestro mestizaje y su crítica a fondo de cualquier dictadura, aunado esto al afán de universalidad presente en el realismo que atravesó su obra de ficción, digo, todo esto percibí que yacía en Úslar así como Úslar yacía en ello.

Leer al autor ecuatoriano significó darme de bruces con quien sin dudas compartía la convicción de aquel mago de mi niñez: la de escudriñarnos como latinoamericanos y la de propiciar los golpes sobre la mesa, necesarios, urgentes, para escapar del marasmo, de la improvisación, de la ignorancia y del hartazgo en relación con lo que íbamos siendo.

Cogí del anaquel el libro del venezolano, lo abrí feliz y en tinta negra, sobre la segunda página, pude leer: “A Alfredo Pareja Diezcanseco, con la admiración de su amigo Arturo Úslar Pietri”.  Los ojos se me pusieron como platos, di un brinco feliz sobre el parquet y estuve seguro de que jamás antes dedicatoria alguna fue tan correspondida, tan cierta y tan sincera.

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