El pensamiento conspirativo se apodera de los jóvenes venezolanos, pero hay esperanza

El pensamiento conspirativo se apodera de los jóvenes venezolanos, pero hay esperanza

La primera mañana que entré al aula en Caracas*, los estudiantes ya estaban moviendo los pupitres formando un círculo. Sentarse frente a frente, sin una pizarra que dictara el ritmo, cambió instantáneamente la atmósfera. Le expliqué que no habría respuestas correctas o incorrectas, sólo una invitación a pensar juntos en lugar de ser sermones. El cambio fue inmediato: la habitación cobró vida.

Al principio hablaron del trabajo agotador de navegar en una realidad caótica. Para ellos, “mantenerse informados” no es sólo un acto de resistencia sino un marcador de madurez: dejar de ser un chamitoun niño, significa entender que estar informado era una especie de habilidad de supervivencia. Como dijo un estudiante, “crecer es darse cuenta de que es necesario estar informado todo el tiempo, durante el recreo, antes de dormir, y que lo que ves en las noticias habituales nunca es la historia real”.

“Estar informados” los hace sentir mayores, como si estuvieran seleccionando su propia lista de reproducción de fuentes adaptadas a sus necesidades. Creen que han aprendido a identificar a quién vale la pena escuchar y que este mosaico de contenido les ayuda a destacarse un poco más dentro de sus familias y círculos sociales. En un contexto donde información confiable puede significar seguridad, un estudiante recordó: “Me enteré antes que mi mamá, a través de una nota de voz de WhatsApp, que todo iba a cerrar y que se cancelarían las clases debido a las protestas”.

Pero esa certeza creó una nueva vulnerabilidad: la tendencia a suponer que cualquier fuente alternativa debe estar más cerca de la verdad.

A medida que se desarrollan las conversaciones, los estudiantes mencionan los eventos que han marcado su infancia. Recordaron fallas en los servicios públicos, protestas y represión; la agobiante escasez de gasolina que luego fue superada por la llegada del COVID-19. Cada crisis se midió en días escolares perdidos, el cambio abrupto a clases en línea (y el aumento de tareas), la migración de hermanos y familiares, eventos escolares cancelados (“cuando cancelaron la feria escolar”) o torneos deportivos suspendidos porque las calles estaban en llamas.

La infodemia se encuentra con la crisis venezolana

Estos recuerdos están vivos, al igual que la lección que extrajeron de ellos: no se puede confiar en la versión oficial de los acontecimientos. Pero esa certeza creó una nueva vulnerabilidad: la tendencia a suponer que cualquier fuente alternativa debe estar más cerca de la verdad. Examinar cómo forman sus opiniones parece algo arriesgado, como si dejar de lado las narrativas de conspiración pudiera dejarlos expuestos.

La Organización Mundial de la Salud define nuestro momento como un infodemia: una abrumadora abundancia de información, mucha de ella engañosa, cargada de emociones o deliberadamente fabricada. Las teorías de la conspiración prosperan en esos ecosistemas y ofrecen narrativas simples para explicar crisis complejas. Se propagan con mayor eficacia en entornos marcados por la incertidumbre, el miedo y el colapso institucional.

La voz de un estudiante llevaba el peso emocional de una generación que vivió la pandemia a una edad dolorosamente temprana, dentro de un país que ya estaba en crisis.

Pocos lugares encarnan estas condiciones más intensamente que Venezuela. Décadas de conflicto político, implosión económica y desintegración institucional han creado una sociedad donde las narrativas oficiales a menudo se basan en retórica conspirativa y donde los jóvenes nunca han experimentado una prensa nacional independiente y funcional. Para ellos, distinguir la verdad de la manipulación no es sólo una exigencia cognitiva. También puede ser políticamente riesgoso.

La investigación psicológica muestra que las creencias conspirativas no surgen únicamente de la ignorancia sino de atajos cognitivos, necesidades emocionales y experiencias sociales. Cuando las instituciones mienten o fracasan, cuando no existe el Estado de derecho y cuando se castiga la disidencia, las explicaciones de la conspiración parecen no sólo plausibles sino también protectoras. Esto es especialmente cierto en sociedades marcadas por la corrupción, el trauma y una profunda desconfianza institucional, condiciones que definen a Venezuela hoy.

Nuestra investigación: ¿Pueden las escuelas desarrollar resiliencia epistémica?

A pesar del colapso generalizado del entorno informativo del país, las escuelas siguen siendo uno de los pocos espacios estables donde los jóvenes pueden desarrollar herramientas para resistir la desinformación. A nivel mundial, los educadores experimentan con enfoques que van desde la alfabetización mediática hasta el análisis retórico. Pero un método, la investigación filosófica dialógica, se ha mostrado prometedor al centrarse no en lo que piensan los estudiantes sino en cómo piensan. La Comunidad de Investigación Filosófica (CPI) lleva a los estudiantes a un diálogo estructurado, animándolos a cuestionar suposiciones, justificar argumentos y reflexionar sobre su razonamiento. Los estudios europeos muestran que el IPC fortalece la flexibilidad cognitiva, las habilidades de argumentación y la autonomía intelectual.

Mi primer estudio, realizado en Bélgica, encontró que sólo diez horas de CPI aumentaban significativamente el pensamiento crítico y disminuido Creencias conspirativas entre los adolescentes. Este éxito preparó el escenario para probar el método en un contexto sociopolítico radicalmente diferente: Caracas.

Los adolescentes venezolanos mejoraron su nivel de pensamiento crítico, pero esto no se tradujo en abandonar las narrativas conspirativas.

Llevando el IPC a Caracas

El estudio 2 involucró a 60 estudiantes, de 12 y 13 años, de una escuela secundaria, durante junio de 2023. Durante diez horas de talleres, en cinco sesiones, analizamos temas estrechamente relacionados con la desinformación contemporánea: conspiraciones de COVID-19, escepticismo climático, estereotipos de género, noticias falsas y los mecanismos cognitivos detrás del pensamiento conspirativo. Un grupo participó en talleres del IPC; un grupo de control continuó con las clases regulares. Todos los estudiantes completaron medidas estandarizadas de pensamiento abierto y creencias de conspiración antes y después de la intervención.

Cuando el COVID-19 entró en la discusión, el rostro de un niño de repente se tensó. Antes de mencionar una sola teoría conspirativa, habló del miedo, de estar encerrado en su casa, de no ir a la escuela, de lo frágil que se sentía. Sobre el silencio de esos meses. Su voz llevaba el peso emocional de una generación que vivió la pandemia a una edad dolorosamente temprana, dentro de un país ya en crisis.

Por qué persisten las creencias conspirativas

Los resultados fueron a la vez alentadores y aleccionadores. Los adolescentes que participaron en el CPI mostraron un aumento claro y estadísticamente significativo en el pensamiento de mente abierta en comparación con el grupo de control. Se volvieron más reflexivos, más dispuestos a examinar suposiciones y más capaces de ofrecer razones para sus puntos de vista. El método funcionó, al menos en lo que respecta al pensamiento crítico.

Pero, a diferencia de Bélgica, sus creencias conspirativas no disminuyeron. Los niveles de respaldo se mantuvieron iguales antes y después de la intervención. En otras palabras, los adolescentes venezolanos mejoraron su nivel de pensamiento crítico, pero esto no se tradujo en abandonar las narrativas conspirativas.

La explicación no está en sus mentes, sino en su entorno. Intervenciones como el IPC casi siempre se han probado en sociedades EXTRAÑAS (occidentales, educadas, industrializadas, ricas y democráticas) donde las instituciones son relativamente confiables y la información relativamente transparente. Bélgica encaja en ese perfil. Venezuela no.

El pensamiento crítico no es una confianza ciega; es confianza calibrada, y Venezuela carece de las bases institucionales necesarias para esa calibración.

Aquí, las condiciones que alimentan el pensamiento conspirativo no son teóricas, se viven a diario. La inestabilidad política crónica, la corrupción sistémica, el colapso de las instituciones, la censura, la propaganda, las dificultades económicas y el terrorismo patrocinado por el Estado crean un panorama en el que la desconfianza es racional.

En el aula, esta desconfianza afloraba constantemente. Muchos estudiantes dijeron que habían visto videos de YouTube que defendían narrativas conspirativas. Otros se encogieron de hombros y dijeron: «nadie sabe realmente lo que está pasando». Insistieron en que las versiones no oficiales eran más creíbles. Para ellos, la conspiración no era una creencia marginal; era el aire informativo que respiraban.

Cuando los canales oficiales se ven comprometidos, cuando los periodistas son censurados o despedidos por informar sobre hechos verificables y cuando la verdad misma se politiza, las narrativas de conspiración se sienten como defensa propia. Ofrecen coherencia en un caos que el Estado genera y niega.

En ese contexto, el pensamiento crítico puede expandirse, pero la creencia en conspiraciones aún puede funcionar como mecanismo de supervivencia.

Uniendo el pensamiento crítico y el compromiso democrático

Estos hallazgos conllevan un mensaje importante. Las escuelas venezolanas pueden fortalecer la autonomía intelectual y mejorar la capacidad de razonamiento de los estudiantes, incluso en medio de una crisis profunda. Los adolescentes responden con entusiasmo al diálogo, al cuestionamiento y al examen de sus propias suposiciones. Esta es una importante fuente de esperanza.

A lo largo de las sesiones, sus argumentos se hicieron más agudos. Aprendieron no sólo a defender ideas con las que ya estaban de acuerdo, sino también a construir razones para posiciones que inicialmente rechazaban. Su tono emocional inicial (incertidumbre y sospecha) gradualmente dio paso a la curiosidad por identificar información con precisión. Después, surgió una confianza mesurada, aunque las narrativas conspirativas aún persistían bajo la superficie.

Pero reducir las creencias conspirativas requiere algo que ningún aula puede ofrecer: instituciones confiables y una esfera pública donde la verdad pueda sobrevivir. Sin transparencia, rendición de cuentas y una prensa libre, el pensamiento crítico por sí solo no puede persuadir a los jóvenes a abandonar las narrativas que les ayudan a navegar en un entorno marcado por el miedo, la opacidad y la manipulación. El pensamiento crítico no es una confianza ciega; es confianza calibrada, y Venezuela carece de las bases institucionales necesarias para esa calibración.

Los adolescentes venezolanos pueden desarrollar y desarrollan habilidades de razonamiento más sólidas cuando se les da la oportunidad. El diálogo, la reflexión y la investigación colectiva siguen siendo herramientas poderosas. Abren puertas cognitivas.

Los resultados del Estudio 2 revelan un hecho fundamental: tanto la información errónea como la desinformación se difunden no simplemente porque la gente no piensa, sino porque las sociedades no logran crear estructuras confiables dentro de las cuales la verdad pueda ser reconocida y valorada. La educación del pensamiento crítico es esencial en Venezuela, pero es inseparable de la lucha democrática del país. Los adolescentes navegan en un mundo donde la información es cuestionada, donde la incertidumbre es constante y donde la desconfianza a menudo está justificada.

Varios estudiantes dijeron que preferían “no saber nada” porque les costaba filtrar lo que veían. Otros describieron estar hiperexpuestos a las pantallas, desplazándose durante horas, atrapados en bucles de videos que los mantenían despiertos hasta altas horas de la noche. Algunos admitieron que vieron contenido de conspiración como entretenimiento. La desinformación no era sólo política; fue emotivo, digital, diario.

Sin embargo, el estudio ofrece esperanza. Los adolescentes venezolanos pueden desarrollar y desarrollan habilidades de razonamiento más sólidas cuando se les da la oportunidad. El diálogo, la reflexión y la investigación colectiva siguen siendo herramientas poderosas. Abren puertas cognitivas. Pero para que los jóvenes venezolanos puedan superarlos, el país debe reconstruir las instituciones democráticas que hagan de la verdad algo en lo que valga la pena confiar.

*El nombre de la escuela se mantiene oculto para proteger a su personal y a sus estudiantes, ya que las instituciones educativas en Venezuela operan bajo un sistema estrechamente monitoreado en el que cualquier iniciativa percibida como divergente del Modelo Educativo Bolivariano puede generar presión, represalias o sanciones administrativas por parte de las autoridades regionales.

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