
@OttoJansen
Hace catorce años, aproximadamente, empezaron a aparecer en casi todas las comunidades de Ciudad Bolívar, la capital de Guayana, los incontables “pozos profundos” ante el problema de la falta del servicio de agua por tuberías con los numerosos racionamientos que, por lo general imprevistos, fueron sucediéndose cada vez con mayor frecuencia desde el año 2001. Haciéndose estos cortes y fallas más que críticos, debido al fracaso anunciado de los nuevos acueductos que implementaría la gestión del gobernador, general Rangel Gómez, y que nunca terminaron por construirse y en otros casos, luego de iniciados, no funcionaron.
Después de los pozos profundos: aljibes de al menos 12 metros de profundidad que constituyeron una salvación, con tarifas específicas en la perforación, para las fuentes de trabajos y para paliativos inmediatos del agua, ante la eliminación de los camiones cisternas dependientes de la Gobernación del estado Bolívar que repartieron por muchos años, gratuitamente, el servicio. Después de los pozos, repito, vinieron, a partir del año 2015 (siempre hablando de la antigua Angostura), las kilométricas mangueras que en muchas comunidades se instalaron para llevar el agua de estos pozos, de propiedad particular, a la venta a cuantos no los poseían. En la región en su conjunto, el servicio presagiaba condiciones de alarma por obsolescencia de equipos y falta de inversión adecuada. Las poblaciones de Upata, Caicara del Orinoco, El Callao y Tumeremo tuvieron y siguen estando drásticamente afectadas. En Ciudad Guayana aparecieron los síntomas en las pobladas barriadas de San Félix, expandiéndose rápidamente a los nuevos urbanismos de Puerto Ordaz. Por estas semanas del 2025 han regresado -sin haberse ido nunca- las penurias acentuadas en urbanizaciones y conjuntos residenciales de edificios. Nada está fuera de la lógica de muchos años, pérdida de la gestión pública. Para el año 2014-15, al escalar al máximo la crisis del país y de Bolívar, con escasez de alimentos, las protestas y conatos de explosión social, el presupuesto regional y de las alcaldías sufrieron transformaciones y hasta mutaciones (al emplearse el dólar como referencia monetaria) y las obras de envergadura terminaron de desaparecer, junto a los montos tragados por la corrupción a todo nivel.
Luego de Rangel Gómez, cuando aún pudo verse un remedo, una pantomima reglamentada de administración regional desapareció de la tarea de gobierno y gobernadores, compromisos con áreas de la población, entre estas el servicio de agua por tuberías. En este momento, noviembre de 2025, cuando la revolución bolivariana no gobierna ni le preocupa sino mantenerse sin más en el poder, ocultando el fraude electoral del 28J del año pasado, las limitadas tareas de asistencia son cortinas de humo a un problema al que no caben sino soluciones técnicas e inversiones de raíz.
Una madre
La historia del servicio de agua en el estado Bolívar con los referentes reseñados en líneas anteriores no son novedosos. Tal vez un número de esta columna, entre seis y diez oportunidades que recuerde, lo han tratado. Correo del Caroní ha sido minucioso durante todos estos años con lo que ha ocurrido en las comunidades, en los municipios, exponiendo en reportajes y notas de declaraciones de vecinos, autoridades y boletines institucionales. Difundiendo informes de organizaciones civiles y especialistas sobre la materia.
De las notas que tenemos a la mano: una, del 19 de mayo de 2020: “Entregan camiones cisternas en Francisca Duarte mientras el resto de Guayana sigue con fallas de servicio de agua”. Otra, del 31 de diciembre de 2022: “En otros sectores persiste la irregularidad, sobre todo en zonas no planificadas como residenciales. Entre ellas está 25 de Marzo, en San Félix. Sus residentes sostienen que son más de 10 y hasta 15 años sin servicio regular. La mayoría apenas recibe algo de agua por tuberías y otros dependen de una única toma de agua en una tubería en la calle. Sucede igual en municipios como El Callao, donde sus habitantes dependen del agua que almacenan para varios días. Ellos no perciben mejoras”. Puede explicarse el desasosiego colectivo; se puede, además, tener explicación porque, por ejemplo, una madre venezolana reclama al cielo, despotricando contra las autoridades que su hija -al cumplir 18 años- debe irse del país porque este no ofrece lo que pueden ofrecer otros en el exterior.
Nos referimos a la señora que hace días se desahogó en redes sociales contra la falta de Estado y gobierno (porque es eso al final su denuncia ciudadana) en lo que precisamente siendo estos los problemas (como el agua) repetidos por décadas sin soluciones, medidas o atención sistemática (mientras los funcionarios y gobernantes se vuelven millonarios), van ensanchando la rabia, la irritación del alma popular. Hoy hay mucho dolor y frustración acumulada con una institucionalidad secuestrada y ausente de las necesidades y aspiraciones de la gente. “Este es un país a la deriva. Es una nación sin estructuras para la calidad de vida”. Comenta un conocido. Venezuela, es evidente, espera la llegada de su nuevo gobierno, el que se otorgó con amplio respaldo para transitar el cambio a la normalidad. Nadie debe engañarse, avanzan, no los buques en el mar; avanza el descontento multiplicado ante tanta indiferencia. La vista sobre las ciudades destruidas, fantasmales y distorsionadas es suficientemente extensa para que no salten los sapos y culebras que están en el alma popular y empiezan a decirlo a voz en cuello por sobre amenazas, censura y la persecución.
Últimas noticias de última hora Portal de noticias en línea