La frustración con ChatGPT de los profesores: “Siguen usándolo aunque les avise” | Tecnología


“Es agotador porque es recurrente, hay varios estudiantes a quien aviso que no lo hagan con IA y lo vuelven a hacer”, dice Hernán Ojeda, de 33 años y profesor de lengua y literatura de secundaria en Buenos Aires (Argentina). Tras dos años de existencia, ChatGPT y otras herramientas de IA están ya plenamente implantadas y son de uso habitual en colegios y universidades. Pero el debate sobre cómo introducir correctamente estas herramientas en las clases es más lento que la realidad, y los profesores se ven cada vez más superados por la facilidad que a la IA para resolver cualquier ejercicio.

“Los estudiantes no tienen un mínimo interés de intentar que yo no me dé cuenta, lo que se suma a una desgana general de los adolescentes con el colegio”, dice Ojeda, que publicó (con su apodo para redes) en septiembre un mensaje viral en X sobre su frustración por el uso sin sentido de la IA en deberes. Su mensaje se suma al de otros profesores de todo el mundo que lamentan el uso inmediato que se da a estas IA para cualquier tarea.

“Ya no soy profesora. Solo soy una detectora de plagio humano”, escribió Amy Clukey, profesora de la Universidad de Louisville. “Ahora, dedico el tiempo a verificar si un estudiante escribió su propio trabajo. Qué desperdicio de vida”. Otro artículo titulado “He dejado de dar clase por culpa de ChatGPT”, de la profesora Victoria Livingstone en Tiempolamentaba que su esfuerzo para adaptarse había sido vano. En su texto, los alumnos sofisticaban sus peticiones y herramientas para evitar tener que escribir ni siquiera un párrafo. “Los estudiantes que delegan su escritura en IA pierden la oportunidad de pensar más a fondo sobre su trabajo”, decía Livingstone.

Esta frustración no se limita solo a las clases de lengua o literatura. Gabriel Rodríguez enseña programación en un instituto de formación profesional en Sevilla. En su primer curso da las bases de la programación: “Busco moldear la cabeza para que piensen como deben pensar, con algoritmos”, dice. Ahí prohíbe completamente las IA. Pero algunos chavales las siguen usando. En segundo sí enseña ya código más dedicado a cómo será su mundo profesional e integra la IA en sus clases.

Todos los profesores consultados por este periódico saben que “hay que adaptarse”, pero el camino hacia esa adaptación está lleno de baches y problemas imprevistos. También están cansados ​​de oír por redes y en la realidad que les falta vocación o que deben mejorar sus métodos. “Es desmoralizante, porque desde que empecé a estudiar profesorado, fui con la idea de mover las maneras de la docencia tradicional, siempre busco la manera de que sea dinámica, entretenida y no la dinámica de pregunta y respuesta de antes, de memorizar”, dice Ojeda. Por eso le resulta más frustrante la respuesta de algunos alumnos: “Buscan la repetición de algo ya existente. Dan el ejercicio al chat y ya entregan algo con eso”, copian y pegan a menudo sin prestar atención a ningún detalle.

Ojeda por ejemplo, debe lidiar con el móvil en el aula: “Aquí usan mucho la IA que está integrada en WhatsApp” del móvil, dice Ojeda, que añade un detalle importante: “Con el momento económico que vive el país, al ser tan caros los libros e incluso las fotocopias de libros, la mayor parte del material es digital”, añade. Por eso deben tener siempre el móvil en clase y algunos aprovechan para copiar la tarea en la IA gratis de WhatsApp y pegar la respuesta. Meta aún no ha desplegado en Europa su IA de WhatsApp: es un chat más donde responde la máquina.

Es difícil no hacer de policía

Esa pereza de los alumnos es algo que deben remediar a los profesores de algún modo. Antes de ChatGPT, los alumnos desganados respondían con una brevedad excesiva. Ahora, en cambio, los resuelven sin apenas mirarlos. “No hay que hacer de policía”, dice Belén Palop, profesora de Facultad de Educación y Centro de Formación del Profesorado de la Universidad Complutense de Madrid. “El alumno te está diciendo que debes cambiar, que ha troleado el sistema. Se trata de seguir creciendo constantemente, que es obligatorio en los docentes”.

La llegada de la calculadora hace décadas es una comparación repetida entre profesores. Hay, sin embargo, matices: todos los profesores de matemáticas dan por hecho que primero hay que saber hacer operaciones sencillas y luego ya se normaliza la calculadora. “La calculadora está muy bien cuando la tarea es más compleja, pero deben aprender a hacer las cosas básicas”, dice Palop.

La profesora observa un paralelismo entre la calculadora y ChatGPT: “¿Todos los niños deben aprender a escribir? Si. ¿Todos deben ser Premio Nobel? No”. Pero entre saber escribir y ganar un Nobel hay más distancia que entre saber las tablas de multiplicar y luego hacer raíces cuadradas con calculadora.

“Usarlo de forma didáctica es estupendo porque es como tener un profesor particular en casa. Pero también pasa que, y es de donde viene la frustración de los profesores, los alumnos pasan la tarea a la IA, les responden en cinco minutos y ya no piensan más”, dice Rodríguez.

La pena de perderse cosas

“Una de las cosas que me preocupa en realidad es que la IA les hace perderse el proceso de mejorar su escritura”, dice Gaby Silva, profesora de Literatura en Guayaquil (Ecuador). “Lo terrible es que una termina convirtiéndose en la policía de la IA. Me da pena tener que estar sospechando todo el tiempo. Antes solo controlabas que no copiara y pegara algo”, añade.

Como profesora, una de sus grandes alegrías era ver el progreso de gente que empezaba peor y realmente mejoraba, dice Silva: “Me alegro un montón de que mis alumnos mejoren en su escritura, pero ahora mi felicidad no está completa porque no sé si ha mejorado o lo metió en una IA”.

Hay un detalle importante que a menudo se olvida en estos casos: la voluntad de los alumnos. Rodríguez explica el caso de otro profesor que basa sus clases en el potencial de la IA. “Son los propios alumnos los que se quejan de por qué se usa IA para todo en clase, porque dicen que no están cogiendo los conocimientos de la misma forma”, dice. A veces son los propios alumnos los que dicen que ya la usarán una vez aprenderán las bases de su formación.

Es evidente que hay profesores que han encontrado modos para usar con tino detalles de la IA: “Hace poco fui a una charla de un profesor que hacía a sus alumnos describir de la manera más precisa algo de manera que Dall-E [un generador de imágenes a partir de texto] devolvía la imagen que querían. Ahora de repente describir bien se volvió importante”, explica Palop.

¿Pero es esa descripción para que una IA cree la mejor para describir luego un estado de ánimo o una acción compleja? Puede ser, pero no es evidente. Mientras, los profesores deben lidiar con alumnos que se han convertido y quizás estén interiorizando un lenguaje viejo y poco natural: “La terminología que usa la IA que suele ser más pomposa, no propias de los chicos y ni siquiera de hablantes argentinos. Es un español neutro”, dice Ojeda. “Hay construcciones vacías, que suenan muy lindas, pero son como un discurso de político que apunta a grandes conceptos y que no dice nada significativo”, añade.

El trabajo de detección para saber qué estudiantes usan IA es complicado, pero no imposible. Según Rodríguez, con código es más sencillo que con lengua: “Con programación, detectarlo es fácil porque es descartado. Conoces a cada alumno y cómo programan. Sabes cuándo un código es de calidad, cuándo no y qué herramientas conocen. Si usan comandos que no hemos visto o tienen una calidad de código exageradamente buena, sabes que no lo han hecho ellos”, dice Rodríguez.



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